Tecnología, amor y cine

Her (2013) Spike Jonze
Her (2013) Spike Jonze

En Febrero hay un día que me parece insufrible, supongo que ya imaginarán de qué día hablo. Sí, el 14, el día de San Valentín. La mayoría desconocemos quién diablos fue San Valentín (¿un mártir, un médico, un obispo?), a partir de cuándo comenzó a festejarse y en qué momento las grandes empresas comenzaron a apoderarse de este día para vender sus mercancías. No sólo para mí, sino para muchos es un día difícil de llevar. La ciudad enloquece, el tráfico aumenta, se ven las cursilerías más penosas, los corazones rojos invaden las calles al estilo Yayoi Kusama, sólo por mencionar algunas cosas. Existe la contraparte, los chistes, memes, comentarios, notas, esto es, la ingeniosa burla sobre lo aciago del amor. Esa parte me divierte.

Sin la intención de hacer una crítica cinematográfica (qué hueva) ni mucho menos un análisis filosófico (qué miedo) sobre el amor en los tiempos de la tecnología, permítanme hacer un breve comentario a una película que me parece que articula bien los temas del amor y la tecnología: Her (2013) de Spike Jonze.

Recordemos que la palabra tecnología deriva del griego τέχνη (técnica) y λογία (estudio), es decir, la tecnología en un sentido etimológico es el estudio de la técnica, aunque suele entenderse como el conjunto de conocimientos que sirven para innovar, desarrollar y mejorar técnicas para la construcción de artefactos. La tecnología es considerada una conquista del conocimiento, una prueba fehaciente del progreso humano. Cuando se hace referencia a un país poco desarrollado, se quiere decir que no hay producción tecnológica o que es escasa. No podemos olvidar que la tecnología y la economía van de la mano. Pero, lo que a mí me interesa aquí es hablar de cómo la tecnología cambia nuestra experiencia del mundo, en especial cómo ésta transforma nuestra relación con los otros.

El año pasado que estrenó la película Her (2013) de Spike Jonze, gozó de gran popularidad, no porque cinematográficamente sea una obra maestra, las obras maestras rara vez son populares, sino porque muestra amablemente cuán dependientes somos de la maquinaria tecnológica, pero también expone la soledad que la acompaña. El argumento es simple, Theodore, luego de una decepción amorosa, busca y cree encontrar el amor en un nuevo y sofisticado sistema operativo con una voz sensual y encantadora que responde al nombre de Samantha. Aparentemente, Theodore tiene todo lo que necesita de una pareja: comprensión, apoyo, solidaridad, cariño, hasta sexo. Sin embargo, Samantha es una ilusión que cuesta y necesita ser actualizada como cualquier otra app. No basta una voz irresistible dispuesta a escuchar y comprender nuestros sentimientos y a resolver los apremiantes problemas de la vida diaria, al final es un sistema operativo que responde mecánicamente a ciertos estímulos. El título de la película lo dice claramente, se titula “Her” (adjetivo posesivo) y no “She” (pronombre femenino). La ilusión se termina y Theodore se encuentra igual o más solo que antes de Samantha.

Por más refinado que sea un sistema operativo o una máquina (robot) no se acerca a la complejidad del ser humano. Es cierto que muchas veces buscamos en una relación amorosa comprensión, apoyo, cariño, sexo, etc, que probablemente una máquina pueda proporcionarnos, pero ¿es verdad que una máquina puede darnos eso? ¿somos tan predecibles para que un sistema operativo pueda conquistarnos? La respuesta es evidente: no. La tecnología resulta insignificante cuando se trata de un sentimiento vital y singular como lo es el amor.

Frida Bárbara Mojarás

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